Un amigo me dijo una vez que soy un ceremonioso, y algo hay de cierto en ello... porque la verdad es que me encanta hacer estas cosas conscientemente: hoy, 25 de noviembre, he finalizado por fin (y valga la redundancia) el “Círculo Segundo” de mi “Heptalogía de la Tierra Incontable”, titulado “Un Viaje”. Un libro que empecé a escribir hace hoy siete años exactos, y que la verdad sea dicha, me ha dado bastante guerra.
Comenzó en una máquina de escribir (sí, viejas reminiscencias románticas, es cierto), pero pronto se impuso un tanto de sentido común, y pasó a convertirse en manuscrito, que creció y creció y creció sin que ni yo mismo supiese bien hacia dónde iba, y ni mucho menos de dónde iba a sacar yo tiempo (y paciencia) para transcribirlo primero y arreglarlo después...
Pero al final, han pasado los meses (y los años) hasta que, al final, han encajado todas las piezas, y la lindeza ocupa nada menos que 290 páginas a espacio simple. Lo que se dice una buena historia...
De momento, bien está lo que bien acaba: ahora, y mientras seguimos a la caza y captura de editores (o de otras formas de hacer llegar todo esto al gran público), empaqueto el voluminoso manuscrito (que será el último de los que haga de esta forma, estoy bien seguro) y le rindo homenaje tanto a él como a la pluma que me sirvió durante mucha parte de su redacción. Con los años, he dejado de usarlas debido a la volatilidad de la tinta, así que ahora la guardaré de recuerdo en un cajón, junto con las demás.
Y sí, ese paquete, de más de 500 folios normales y corrientes escritos por ambas caras, es el manuscrito original... así que háganse una idea de lo trabajoso que ha sido el asunto.
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